miércoles, 3 de diciembre de 2008

AGUJEROS NEGROS

Escribe: Cristián Warnken



Al leer las memorias póstumas, recién aparecidas en Francia, de la Hermana Emmanuelle, esta santa del siglo XX que falleciera el pasado 20 de octubre casi cuando cumplía 100 años, no puedo dejar de pensar en esa célebre e inquietante frase "Yo soy el Otro", del poeta "maldito" Arthur Rimbaud. El atormentado y genial adolescente ya había advertido lo poco que sabemos de nuestro "yo", de las infinitas posibilidades que se esconden en nuestra identidad, esperándonos para realizarse. Muchas veces nos conformamos con ser lo que somos, desaprovechando nuestras vidas, haciéndolas menos fulgurantes y luminosas de lo que podrían ser.
Rimbaud fracasó en el intento de cambiar la vida y reinventarse él mismo, y por eso abandonó la literatura y se transformó en traficante de armas en África. Como un agujero negro, fue tragado por la velocidad de su propio "yo".Madeleine Cinquin, en cambio, una muchachita belga vanidosa y frívola, vivió en su propia carne esa metamorfosis desgarradora y luminosa a la vez (imaginada por el joven Rimbaud), para transformarse en esa "Otra", la hermana Emmanuelle, la apasionada que vivió junto a los recolectores de basura de las periferias de El Cairo, en Egipto. "Un soplo me posee, me lleva hacia el otro", diría esta joven que a los seis años vio ahogarse a su padre ante sus propios ojos. Lo extraordinario de esta transformación es que ella nunca dejó de ser una mujer real, con tentaciones, dudas, vacíos, dolores y fatigas. ¿Qué son los santos? ¿Acaso figuras etéreas, angélicas, sin sangre, humores ni humanidad?
Si Emmanuelle llegó a los 100 años fue porque abrazó la vida con todas sus contradicciones, no rehuyó sus peligros, se ensució las manos con el barro original, con las lágrimas de los sufrientes, pero también bailó en sus fiestas. Las fotografías la muestran bañándose en el agua del Nilo, junto a las recolectoras de basura, flotando en ese río milenario que, como la vida del hombre, arrastra lodo, agua, muerte y vida.
Agua bautismal y agua de la muerte. Sí, porque la hermana Emmanuelle nunca se quedó en la orilla de nada.Las páginas de estas "Confesiones de una religiosa" son fulgurantes. "Voy a choquearlos, perdónenme"-dice en las primeras líneas-. Es que es una mujer, desnudándose con toda su verdad, y no vistiéndose de santa para la posteridad.
Su vocación por la autenticidad es lo que la hace santa, no su perfección. ¡Sólo son perfectas las estatuas y las máquinas (y ni siquiera)! Por ejemplo, se revela a sí misma como una sensual, que hasta en su madurez debió luchar con el deseo, que nunca oculta ni niega farisaicamente.Cuando ve a sus hermanas recolectoras de basura con los cuerpos de sus hijos infectados por las bacterias, muertos en sus brazos, dice: "Ellas hacen pensar en la Pietá, la Virgen a quien la muerte entrega el cuerpo torturado de su hijo. Yo no hablo de la PietÀ de Miguel Ángel. Ella es demasiado bella, es una diosa griega. Yo hablo de la Virgen de nuestras iglesias de campo".Refiriéndose a los delincuentes de las cárceles, afirma: "Descubro en mí una afinidad secreta de corrupción con estos desdichados hermanos arrastrados al mal.
Siento, a veces, en mi carne y mi sangre, extrañas fermentaciones...".Emmanuelle sabía que hay que llegar al fondo de las cosas, perder y sufrir de verdad, para que se abran esos agujeros por donde pase la luz. "Donde sea, en todo ser humano, hay un agujero. Yo he intentado confesar el mío. Pero éste no es un agujero negro, como esos cuerpos celestes que se tragan todo. Al contrario, es una abertura a la luz, al otro y su llamado. Y responder es sentirse antes que nada humano, vivo".
Una vez, en la infinidad del espacio y el tiempo, lleno de agujeros negros, hubo un agujero que se llamó Emmanuelle, por donde entraron la luz, el otro, los otros, el amor "que mueve el sol y a las otras estrellas". Lo demás, es literatura...los comprometidos con el amor, los que no le tienen miedo a las exigencias del amor, los que llenan de luz este mundo y nos dan ganas de estar en el y vivir y reir y compartir y abrazar al que tengo al lado sin himportar la raza, el color de la piel, la religión...
Los santos no son más que hombres y mujeres que tienen como enemigo número uno la mediocridad y el egoismo y se esfuerzan por dar lo mejor de si cada día, por trabajar y hacer de su vida un rayo de luz y de esperanza.
Cristián Warnken

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