Sergio Villalobos R.
Profesor de Historia, Geografía y Educación Cívica, Universidad de Chile. Profesor titular universidades de Chile y Pontificia Universidad Católica de Chile. Ex Profesor Universidades de Cambridge (Inglaterra) y de California. Premio Nacional de Historia. Autor de numerosos libros y artículos sobre Historia de Chile.
Este historiador obtuvo el Premio Nacional de Historia en 1992.
Ha publicado, entre otros libros, "Chile y su historia", "El comercio y la crisis colonial", "Para una meditación de la conquista", y recientemente "Chile y Perú. La historia que nos une y nos separa 1535-1883", el que según él mismo sostiene será su último libro de investigación histórica
Araucanía: Errores Ancestrales
En los últimos tiempos se ha hecho corriente hablar de derechos ancestrales para apoyar las demandas de los descendientes de araucanos. Sin embargo, ésa es sólo una verdad a medias, porque los antiguos indígenas de la Araucanía fueron protagonistas de su propia dominación.
Ese es un hecho universal, repetido en todas partes donde una cultura avanzada se impuso a otra menos evolucionada. Fue el caso en toda América, en la India, en la China y en África, porque una conquista no es sólo una imposición de los dominadores, sino también una absorción por los dominados.
Fatalmente, un pueblo en vías de sumisión, a pesar de su lucha defensiva, cae en la tentación de los bienes que trae el invasor, porque le atraen, se les hacen necesarios y su posesión otorga prestigio, a la vez que, como elementos técnicos y armas, sirven en las disputas internas y externas. Por ese camino se produce una aproximación a la cultura del otro y se desarrolla el mestizaje físico. El pueblo sometido cae en su propia trampa, originándose una realidad que nadie pensó. Es lo que ocurrió y sigue ocurriendo en la Araucanía. También el dominador recibe alguna influencia del sometido, aunque menos significativa.
Cuando los guerreros araucanos vieron los caballos y se deslumbraron con las armas de acero, procuraron hacerse de ellas. El hierro les era desconocido y descubrieron su enorme utilidad; los espejos, cintas y baratijas eran novedosos y lucidos; pero el aguardiente y el vino fueron la mayor tentación, debido a su alto grado alcohólico y duración, que los hacía muy superiores a la chicha.
Los dominadores, por su parte, requerían de alimentos, ponchos y ganado desde que este último fue propagado al sur del Biobío.
El simple robo de especies de un comienzo por los indígenas se transformó luego en un provechoso comercio que beneficiaba a los dos pueblos.
Inevitable fue el roce sexual, efectuado en gran escala durante las entradas del ejército, en los lavaderos de oro, en el trabajo de las encomiendas, en el contacto en estancias y puestos fronterizos y a causa de la presencia de cautivas en los levos. También la esclavitud de los araucanos, vigente durante parte del siglo XVII, contribuyó al mestizaje e igualmente la venta de mujeres y niños practicada por los mismos naturales.
El mestizaje predominó al norte y al sur del Biobío, al punto de que las fuentes históricas del siglo XVII señalan que sólo por excepción, en rincones muy apartados, quedaban indios puros. Desde entonces y hasta el día de hoy, los llamados araucanos - eufemísticamente, mapuches- no son más que mestizos, aunque sean notorios los antiguos rasgos.
En el orden natural hubo actitudes ambivalentes. Por una parte, se mantenían las tradiciones y costumbres y, por otra, había una aproximación a la cultura de los dominadores. Tempranamente algunas agrupaciones comenzaron a hablar el castellano y con el correr del tiempo se generalizó su uso, aunque hubo comunidades o individuos recalcitrantes que aún pueden encontrarse como curiosidad.
La religión y la moral cristiana también influyeron en la vida araucana, aunque con grandes tropiezos y sólo a medias. Ideas tales como la del bien y el mal, el castigo y la recompensa, se abrieron paso. La justicia en lugar de la venganza, la monogamia y la condena de la homosexualidad, que era una práctica corriente, se impusieron a la larga.
La lucha de los araucanos contra los españoles y los chilenos tuvo una duración e intensidad mucho menor de lo que se cree. Fue intensa hasta 1662, para luego disminuir de manera apreciable y transcurrir largos períodos sin acciones armadas.
Se habían impuesto las relaciones pacíficas, convenientes para todos, generándose una vida fronteriza, en que la misma intensidad del contacto causaba los pocos choques violentos.
La paulatina derrota de los araucanos se debió a que no presentaron un frente unido, porque estuvieron divididos ante los españoles y chilenos. Unos resistieron tenazmente, pero otros colaboraron con los dominadores y se adaptaron a la vida de sumisión por las ventajas que obtenían de ella.
Cada vez que un destacamento incursionaba en la Araucanía, era acompañado por grandes conjuntos de indios de las cercanías del Biobío que marchaban contra sus hermanos de sangre para vengar agravios, satisfacer viejos odios y entregarse al pillaje. En el botín figurarían mujeres, niños y animales. Solían constituir las avanzadas, eran buenos conocedores de los pasos, conocían las triquiñuelas de sus rivales, ayudaban a cruzar los ríos, se empeñaban como espías, cuidaban de los caballos, procuraban agua, leña y alimentos. En la lucha se mostraban feroces, activos en la persecución e implacables para matar a los derrotados.
Gracias a esa colaboración se comprenden las victorias de hispanos y criollos. Cada partida militar de 200 a 400 hombres era acompañada por dos mil o tres mil guerreros nativos, denominados "indios amigos".
A medida que pasaron los años, los indios amigos fueron organizados de alguna manera y se colocaron "capitanes de amigos" a su frente, que eran soldados mestizos conocedores de su lengua y sus costumbres. Finalmente, contingentes de indios amigos fueron incorporados al Ejército, asignándoseles un pequeño sueldo.
Los levos que permanecían en paz y colaboraban con las fuerzas hispanocriollas y luego chilenas contaron con capitanes de amigos que secundaban a los caciques, ayudando a mantenerlos en orden y facilitaban el trato con los blancos. Los caciques recibían sueldo y se les concedía el uso de un bastón de mando con puño de plata.
En suma, los propios araucanos formaron parte del aparato de dominación. Al hacerlo recibían recompensas, beneficios y algunos honores; pero lo que más les atraía era disfrutar de las ventajas de la civilización material.
Es cierto que perdieron gran parte de sus tierras, empleadas fundamentalmente para la caza y la recolección, es decir, mal aprovechadas a ojos modernos; pero también es cierto que pudieron incorporarse a la producción agrícola y ganadera de mercado, intercambiando productos. Dispusieron de todo lo que aportó el europeo y el chileno: ganado vacuno, ovejuno y caballar, trigo, toda clase de árboles frutales y hortalizas, herramientas y utensilios variados, arados de acero, ropas y calzado industriales y en los tiempos actuales muchas cosas más.
No cabe duda de que renunciaron a derechos ancestrales, que aceptaron la dominación y que, adaptándose a ella, han mirado hacia el futuro.
Sergio Villalobos R.
lunes, 25 de agosto de 2008
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