José A. Mariman
Denver, Junio del 2000
Con la tesis de que “los antiguos indígenas de la Araucanía fueron protagonistas de su propia dominación” (El Mercurio 14/05/00: A2), el historiador chileno Sergio Villalobos ha abierto polémica respecto de “la cuestión mapuche”. El sociólogo Danilo Salcedo, también chileno, ha respondido rápidamente a Villalobos. “[E]l pueblo mapuche no ha renunciado a derechos ancestrales[...], deuda que reconocemos los chilenos que defendemos la posición de que todas nuestras(1) etnias o pueblos originarios deben ser respetados para que se desarrollen de conformidad a los dictados de sus culturas, las cuales han perdurado heroicamente, pese a las ‘ventajas’ e influencias culturales recibidas de sus dominadores y explotadores” (El Mercurio 31/05/00: A2). Por mi parte, y a través del presente escrito, quisiera opinar sobre lo puesto en discusión por Villalobos, desde la perspectiva de un mapuche urbano y profesional(2).
1. Los argumentos de la tesis de Villalobos y contra argumentación.
Villalobos razona y sustenta su tesis en función de varios argumentos. Entre ellos sobresalen aseveraciones como las siguientes: [la dominación] es un hecho universal; repetido en todas partes donde una cultura avanzada se impuso a otra menos evolucionada; una conquista no es sólo una imposición de los dominadores sino también una absorción por los dominados; los llamados araucanos –eufemísticamente, mapuches– no son más que mestizos aunque sean notorios los antiguos rasgos; las nociones de bien/mal, justicia por venganza, monogamia por poligamia y heterosexualidad por homosexualidad se abrieron paso entre los mapuche gracias a la religión y la moral cristiana; y, es cierto que perdieron gran parte de sus tierras mal aprovechadas a ojos modernos, pero también es cierto que pudieron incorporarse a la producción agrícola y ganadera de mercado. Creo que todos los argumentos anteriores son discutibles y es lo que a continuación me propongo hacer.
1.1. La dominación como un hecho universal.
Decir que la “dominación es un hecho universal”, no constituye ningún aporte a la comprensión del “problema mapuche”, ni tampoco ayuda en la búsqueda de soluciones al “problema mapuche”. Afirmar que la dominación es un hecho universal es únicamente constatar un hecho (patente en la historia humana que conocemos). Sin embargo, cuando ésta neutral aseveración –neutral por cuanto no expresa una posición sino es simplemente una declaración– se hace en el contexto de argumentar una tesis, entonces pierde su neutralidad y se convierte en un argumento en apoyo de una posición.
En el caso de Villalobos la posición es clara y consiste en desacreditar las demandas mapuche, partiendo del supuesto de que los mapuche no existen en el presente. Puesto de otra forma, el conflicto araucano/chileno estaría históricamente concluido o superado, y en algún momento de él los araucanos se habrían desvanecido. Para Villalobos en el presente únicamente hay “descendientes de araucanos”(3). Por lo tanto, los mapuche no pueden fundamentar sus demandas en apelación al pasado o la historia, ya que ellos serían una nueva categoría de seres: los mestizos. Como híbridos los mapuche no tendrían porque gozar de derechos especiales para colectividades diferentes, sino de los mismos derechos de cualquier chileno. La posición de Villalobos contrasta con la desarrollada en este trabajo, como el lector podrá apreciar en el curso de su desarrollo.
1.2. Culturas avanzadas imponiéndose a otras menos evolucionadas.
Villalobos ampara otro de sus argumentos, bajo el supuesto de que hay culturas más avanzadas y otras menos evolucionadas. La tipología de cultura de Villalobos se aparta de los conocimientos aportados por las ciencias sociales respecto de la cultura. En el presente las ciencias sociales reflejan una posición neutral, cuidadosa y respetuosa, en cuanto emitir juicios dirigidos a rankear las culturas humanas como “superiores” e “inferiores” o “mejores” y “peores”. La tendencia en las ciencias sociales parece estar dirigida a comprender a las culturas, como respuestas adaptativas a los nichos ecológicos que el ser humano ha ocupado. Subsecuentemente, lo que importa es destacar la cultura en sí misma, y asumir las diferencias como riqueza de respuestas humana (un patrimonio humano).
Las ciencias sociales no manifiestan interés en comparar una cultura con otra para establecer “superioridad” o “inferioridad”. Cuando las culturas se comparan no es para buscar el tipo de correlación que Villalobos promueve. Por ello, deducir que la lanza, el arco y las flechas de un pigmeo son menos eficientes que la de un Lakota, porque las primeras son más pequeñas y pueden causar menor daño, es irrelevante. Una conclusión de ese tipo tendría que pasar por alto, que los pigmeos han mostrado ser altamente eficientes cazando hasta elefantes con sus armas, del mismo modo que los Lakota lo fueron con las suyas cazando búfalos.
La tipología de cultura de Villalobos resulta así un argumento puramente funcional, a la idea de situar a la cultura chilena por sobre la mapuche. Se trata del viejo recurso a la pirámide de la superioridad que impuso el darwinismo en el siglo XIX. Por cierto, aquí no se trata de la sobrevivencia del más apto (el blanco europeo), sino de la sobrevivencia de culturas más aptas (la cultura blanca europea). Así, en la argumentación de Villalobos la cultura europea –no pasar por alto el mensaje de que cultura chilena es sinónimo de cultura europea (la llamaré en adelante cultura europea-chilena)– está en el pináculo de la pirámide de la superioridad y cualquier otra en la base. En la tipología de cultura de Villalobos, la superioridad cultural aparece medida por el acto de la conquista, sin considerar la enorme complejidad que implica la cultura como respuesta humana a los desafíos del entorno ecológico.
La superioridad de una cultura, en el supuesto de Villalobos, es la imposición de ésta sobre otra, lo que equivale a un acto de violencia o barbarismo. Por ello Villalobos no reflexiona el hecho de que culturas como la china y la hindú en Asia, la azteca e inca en América, y la asante en África, no eran menos complejas y prósperas que las europeas que las conquistaron. Ellas habían desarrollado vida en ciudades, poseían escritura, arquitectura monumental, es decir todas las características de un Estado o civilización (Krech, 1999). Hoy sabemos que las ciencias se desarrolloraron en Europa gracias a que los “moros” –cultura árabe– y los judíos mantuvieron vivos y engrosaron los conocimientos que se arrastraban desde Grecia, y no gracias al oscurantismo religioso que reinaba en Europa.
Si las finas y apetecidas telas de seda de la India dejaron de producirse, fue por la destrucción provocada por los ingleses de la industria artesanal hindú, antes que por haber sido superadas por la competencia de un producto venido de la cultura “superior” inglesa. Lo mismo ocurrió con el comercio del aceite de palma por parte de reino de Opobo en el actual Nigeria, cuya prosperidad fue sepultada en el siglo XIX por los ingleses, quienes atacaron el reino de Opobo, expoliaron su industria y expulsaron al exilio al rey de Opobo y sus colaboradores (Davidson, 1992).
La pretendida cultura europea “superior” no mostró superioridad sino brutalidad, para acabar con la industria artesanal hindú e imponer el reinado del algodón o apropiarse del comercio de aceite de palma y sus lucrativas ganancias. Y este no es el caso de los ingleses exclusivamente, lo hicieron los franceses, los belgas, los portugueses, los italianos, los españoles y los alemanes después de 1918. Y no quiero dejar de mencionar a los chilenos respecto del país mapuche, donde la destrucción de cultivos, casas, telares, el saqueo del ganado, robo de la platería, la expoliación de territorio y sus riquezas fue la característica de la conquista por la cultura europea-chilena “superior”.
Si muchas culturas sucumbieron frente a las culturas europeas no se debió a una superioridad cultural (usando el concepto cultura en su más amplia acepción y no restringido a aspectos militares)(4), sino a una superioridad en la tecnología de la guerra. Los europeos que conquistaron China, la India o Japón en Asia, el Imperio Azteca o el Inca en América, y el Reino Asante en África, no eran superiores culturalmente hablando (latu sensu), pero si tenían armas más destructivas o con capacidad de mayor destrucción. Y sobre todo, la mentalidad para desarrollar atrocidades de las cuales muchos sienten vergüenza hoy, como se desprende de la disculpa al pueblo judío que ofreció el Papa en Jerusalén los días 21 y 22 de marzo del 2000, por los errores/horrores de la Iglesia Católica en su persecución de los judíos.
Respecto a lo primero, superioridad de las armas, no debe haber muchos que crean hoy –a excepción de Villalobos en consecuencia de su análisis– que Japón o Alemania sean inferiores culturalmente a los Estados Unidos, porque no tienen la bomba atómica. En esa lógica, y escapando a las pretensiones de ser cultura europea, Chile no es más que una república banana (en algo esa impresión quedó luego de la detención de Pinochet en Inglaterra, y el bochorno que significó para los militares, la diplomacia chilena y las pretensiones de superioridad de algunos “jaguares” chilenos).
Y, respecto a lo segundo, la ideología de la bestialidad, Cristóbal Colón escribía en su diario a su arribo al nuevo continente: “Los Indios... andan desnudos e indefensos, por lo tanto listos para recibir ordenes y ponerse a trabajar” (citado por Brouwer, 1992: 1). Con esas ideas la acumulación capitalista comenzó en América, y las culturas que no predicaban tales principios –como la mapuche– fueron conquistadas, colonizadas, oprimidas, explotadas, degradadas, humilladas, discriminadas. Entonces, y sin hacer abstracción de ese hecho, no hay culturas “superiores” o “inferiores”, sino culturas que fueron impedidas por otras y específicos grupos de intereses dentro de esas culturas de continuar su propio e independiente desarrollo. En otras palabras, estamos hablando de una política intencionada dirigida a la alienación de las culturas dominadas, para conformarlas mejor al esquema de dominación y explotación a que han sido arrastradas.
Los mapuche no son una cultura menos “evolucionada”, sino una cultura oprimida, colonizada, degradada, humillada, discriminada y sujeta a dominación estadonacional al interior de Chile. Su actual situación no es inherente a una hipotética atrofia cultural, sino la consecuencia de una historia de relaciones de dominación y colonialismo, que en el caso de Chile es interno desde 1883 (Mariman, J. A. 1990).
1.3. La conquista no es sólo una imposición de los dominadores, sino también una absorción por los dominados.
Villalobos usa el recurso de un determinismo histórico, cuando afirma que es irremediable –“fatalmente” es la palabra que emplea– que un pueblo “en vías de sumisión” caiga en “su propia trampa”, que es la tentación de poseer los bienes del invasor. Pues me parece que la tentación de querer conocer o poseer algo nuevo o desconocido es bastante humana y generalizada en todas las culturas y en todos los tiempos. Por ello turistas de todo el mundo practican viajes a distintas partes del planeta para conocer, y participan de un comercio de lo distinto-original a cada grupo. En algunos países ese negocio deja enormes ganancias y contribuye sobremanera al Producto Interno Bruto, como México por ejemplo, por lo cual los Estados promueven el turismo como política de Estado.
Pero, ciertamente, el interés de los mapuche por objetos exteriores a su cultura no fue turístico. El interés y la adopción de objetos exteriores a la cultura propia mapuche merecen un análisis menos superficial que el que nos ofrece Villalobos, y que se resume a fascinaciones y encandilamientos. Al respecto puedo decir que cuando la adopción de objetos exteriores a la cultura se realiza en un ambiente libremente determinado, es diferente que cuando se trata de una imposición.
La adopción del caballo y artículos metálicos no hizo a los mapuche menos mapuche. El caballo y los metales libremente adoptados fueron mapuchizados para servir mejor a la cultura mapuche. Consecuentemente, ellos se volvieron parte de la cultura mapuche, y no los mapuche más españoles por valerse de ellos(5). El mismo Villalobos insinúa ideas como esas en 1989, cuando narrando acerca de los pewenche escribía: “[s]e comprende, así, hasta qué punto el caballo se había incorporado a la cultura pehuenche, desde los aspectos más prosaicos hasta los más trascendentes” (Villalobos, 1989). Y lo mismo se puede decir del metal en relación con la platería mapuche.
Esto ocurre así, porque las culturas son dialécticas y están en permanente cambio. Las manifestaciones histórico-coyunturales de la cultura, por ejemplo el mapuche sin caballo y con lanza sin punta de metal previo al arribo de los colonizadores, no son más que la expresión de la cultura en un momento histórico determinado. Los préstamos culturales –caballo, metal– indujeron cambios culturales en los mapuche (activaron mecanismos de ajuste en la cultura), pero la cultura como tal continuó siendo ella misma: la cultura mapuche. Del mismo modo que los chilenos no son menos chilenos porque conducen autos japoneses o usan computadores de tecnología estadounidense. Y los estadounidenses –el estándar de superioridad cultural del momento– no son menos estadounidense porque comen pizza italiana, enchiladas mexicanas, sushi japonés o filet mignon francés.
La clave de la aceptación y valoración de lo exterior a la cultura propia, parece estar en la libre adopción de los préstamos culturales, y en los pequeños toques modificatorios que lo hacen más familiar a las costumbres y gustos de la cultura que adopta lo que no le es propio. Por ello, nadie puede pretender que la tortilla mexicana que comen los estadounidenses es exactamente la misma que fabrica una campesina mexicana en su jacal. No obstante los estadounidenses consumen gran cantidad de tortillas y tienen muy claro que ese tipo de pan es de origen mexicano (sin hilar más fino respecto a alguna autoría india en ese producto).
Cuando los préstamos son introducidos por la imposición y la violencia de los grupos dominantes, entonces la historia es otra dado que los mecanismos de ajuste en la cultura no alcanzan a operar: son neutralizados. En situaciones como esa, claramente coloniales y de colonialismo interno, la imposición se acompaña de la ideología del desprecio por lo que viene de la cultura dominada. Esto es lo que lleva a un sujeto a extasiarse mirando a la “Venus del Milo” –considerada una de las grandes obras de escultura griega–, y despreciar la representación en madera del cuerpo de una mujer hecha por un artista rapanui, por “rudimentaria” y “primitiva”. Quizá por eso encontramos replicas de la primera en galerías de arte, y muestras de lo segundo en museos o en casas de venta de artesanías.
Los criterios de belleza y los juicios de valor –en general– se basan en modelos impuestos(6). Por lo cual los “deseos” en una situación colonial (como ocurría en el Chile previo a la “independencia”) o de colonialismo interno (como ocurre desde la “independencia” hasta nuestros días) son forzados y no una expresión libremente determinada. Mientras que la estandarización de valores –por ejemplo la idea de culturas superiores e inferiores– es claramente un intento de justificar la opresión. Un sujeto ideologizado por los criterios de belleza o los estándares de valores dominantes puede pagar mucho dinero por una réplica –aunque sea en yeso y no en mármol– de la “Venus del Milo”, pero no manifestar la misma sensibilidad o disposición a pagar por un trabajo original de un artesano rapanui(7).
Me cuesta suponer que Villalobos es ingenuo cuando superficializa el “interés” de los pueblos “en vías de sumisión”, en los objetos de la “cultura superior”. En realidad lo que él busca es convencer a una audiencia chilena acrítica, de que sus antepasados no son culpables de los problemas mapuche actuales, sino los propios antepasados de los mapuche. En otras palabras, la culpa sobre la situación de dominación en que viven los “descendientes de araucanos” recae en ellos mismos, por cuanto sus antepasados lo decidieron así, y ya no hay nada más que hacer salvo dar vuelta la página y dormir tranquilos y sin cargos de conciencia.
En esta explicación nacionalista-asimilacionista los conquistadores-dominadores aparecen como predestinados a hacer un trabajo que no eligieron, pero que les es inherente dada su condición de “superiores”, y que deben aceptar realizar sin cuestionar (como un karma, oráculo o destino escrito). De esa forma los conquistadores-dominadores responden a una “verdad universal” –conquistar, dominar–, al modo de un llamado de la selva para Jack London (1906). “Verdad universal” indiscutible que por lo demás exculpa a los conquistadores y colonizadores y les deja impunes frente a juicios posteriores.
El abuelito de la patria chilena, Pedro de Valdivia, no será nunca criticado siguiendo la lógica de Villalobos, por haber mutilado y muerto a tantos mapuche desde su primera incursión al país mapuche (“leyenda negra” para algunos). Y recibirá per se los homenajes de sus nacionalistas-asimilacionistas descendientes, que le agradecen haberlos llevado al sitial de cultura “dominante” y “superior”. Probablemente Villalobos no estaría de acuerdo en levantarle un monumento a Hitler en el centro de Santiago, aunque es parte de la cultura europea que tanto vindica, dado que la historia la hacen los vencedores y Hitler no venció. Pero seguramente no estaría de acuerdo en mandar derribar el monumento a Pedro de Valdivia en la Plaza de Armas de Santiago, aunque éste sea tan criminal como el primero y que no venció a los mapuche.
Pero, y al cerrar el punto, concedamos crédito a Villalobos respecto del hecho de que en los dominados también hay culpa por entrar en esa relación dominador/dominado y por mantenerse bajo la posición de dominados.
Esta idea me recuerda en parte “El discurso de la servidumbre” de La Boétie (1530-1563), sólo que en una interpretación que no es la dada por dicho autor a su trabajo. Ciertamente hubo colaboración de algunos mapuche con los colonizadores, así como también la hubo de colonizadores hacia los mapuche (Villalobos lo menciona en 1989). Pero a pesar de las diferencias entre mapuche respecto a una política única frente a los colonizadores, si ellos se mantuvieron independientes hasta 1883 fue porque la mayoría no colaboró (en sentido de admitir la dominación). Esa mayoría es la que explica que haya en el presente mapuche afirmando su identidad etnonacional (con diferencias entre unos y otros gracias a la situación de colonialismo interno en que hemos vivido).
Aún cuando Villalobos trata en su artículo de El Mercurio –como en trabajos anteriores– de quitarle intensidad a la guerra hispano/mapuche o después chileno/mapuche y hacer parecer a los mapuche como una nación ya subordinada a los colonizadores, es irrefutable que los mapuche fueron independientes hasta 1883. La historia “oficial” de Chile –de la cual la obra de Villalobos es representativa– reconoce eso al hablar de “pacificación de la Araucanía” en segunda mitad del siglo XIX. La independencia mapuche pudo mantenerse mientras los mapuche no fueron derrotados militarmente.
En otras palabras, la “paz” colonizadores/colonizados con la cual Villalobos pretende convencernos de la subordinación mapuche a los conquistadores-colonizadores, no puede sino entenderse como la guerra por otros medios. Si no fuera así, tendríamos que pensar que la “Guerra Fría” entre Estados Unidos y la Unión Soviética nunca existió, porque estadounidenses y soviéticos no se dispararon un tiro entre ellos (vivían en paz). Los colonizadores y sus descendientes nunca renunciaron a dominar a los mapuche, y sus estrategias de paz como “la guerra defensiva”, no fueron sino otras estrategias de dominación por vías menos violentas. Y los mapuche nunca dejaron de sentirse serenos y libres, mientras la lanza –con puntas de hierro o sin ellas– estaba a mano a la salida de la ruka.
Los mapuche entraron a una relación de dominación/subordinación no por ser un “pueblo en vías de sumisión”, como pretende hacernos creer Villalobos, sino desde el instante de su derrota militar en 1883. Derrota que se explica no por la debilidad de los mapuche como combatientes, sino por la inferioridad de sus armas frente a la tecnología de los rifles de repetición (que no inventó la “superior” cultura europea-chilena por supuesto). A partir de allí los préstamos culturales ya no responderían a una libre determinada opción, sino a una imposición como es el caso de la lengua.
El castellano ha sido impuesto y no es una libre opción. Las escuelas y otros servicios públicos en el país mapuche (en antaño y hoy), no ofrecen a los padres mapuche optar por ésta o la otra lengua, simplemente y sin ninguna discusión de por medio usan el castellano. Ahora, tampoco se debe pasar por alto que si hay cultura mapuche hoy día –y al escribir sobre ella aún cuando atacándola Villalobos la legitima–, no se debe a una actitud de “pueblo en vías de sumisión”. Entre los mapuche hay miles de historias de imposiciones brutales por parte de los chilenos.
Me permito recordar brevemente una que forma parte de mi propia experiencia personal. En el verano de 1982 me encontraba realizando trabajos voluntarios en las comunidades mapuche alrededor del lago Lleu-lleu, cuando me visitó un padre mapuche pidiéndome ayuda para convencer a las autoridades del Registro Civil de Tirúa, que le permitieran ponerle un nombre mapuche a su hija recién nacida (deseaba llamarla Millaray: Flor de oro). Los funcionarios del Registro Civil de Tirúa se negaban a aceptar el nombre mapuche, argumentando que según la ley 17.344 del 22 de septiembre de 1970 no se permitían nombres “ridículos”(8). En otras palabras, en la opinión de los funcionarios de Tirúa un nombre mapuche era un nombre ridículo, y por lo tanto ellos podían perfectamente negarle el derecho a un padre mapuche de colocar tal nombre a su hija(9).
Lo anterior no es sumisión sino dominación y colonización, que muchas veces y dado las coyunturas políticas desfavorables, los mapuche deben soportar estoicamente (en el caso narrado dictadura con chilenos nacionalistas-asimilacionistas en el poder). O bien sufrir las consecuencias de la represión, que no ha detenido su acción contra los mapuche desde la incorporación en 1883.
Probablemente, y como en toda situación colonial o de colonialismo interno, algunos colonizados han creído ver la escapatoria a su condición de segregados, discriminados, ridiculizados, etc., en su disfrazación en la sociedad colonizadora. Hablar bien el castellano y sin acento “indio” seguramente ofreció mejores expectativas dentro de las limitadas ofertas de aceptación social. Lo mismo se puede decir de vestirse como el colonizador, participar de sus religiones, de sus partidos políticos, etc. y de rechazar lo propio. Pero esa actitud es incomprensible si no se analiza dentro del marco que le dio origen: la dominación estadonacional colonialista chilena.
¿Por qué habría de renegar una persona de su cultura en una situación de relaciones culturales de igual estatus? Si eso ocurre es a consecuencia precisamente de la relación de dominación/subordinación impuestas por la conquista militar e incorporación de los mapuche. Lo triste para aquellos que han renegado es que su situación no mejoró ostensiblemente respecto de los más “recalcitrantes”, como los llama Villalobos. Por ello, aunque la persona se disfrace como sea, nunca dejan de sentir el peyorativo insulto racista chileno: “indio”, pues sus rasgos los delatan (aunque no sean puros como quisiera Villalobos).
1.4. Los llamados araucanos –eufemísticamente, mapuches– no son más que mestizos, aunque sean notorios los antiguos rasgos.
Otra línea de argumentación de Villalobos apunta a la negación de la existencia de mapuche, reconociendo la existencia sólo de “descendientes de araucanos”. Los descendientes de araucanos serían en realidad mestizos producto de un “inevitable... roce sexual efectuado en gran escala”. Villalobos no expresa un juicio de valor condenatorio para lo que llama eufemísticamente “inevitable roce sexual”, del cual podría sospecharse que correspondió a violaciones masivas de mujeres indígenas, llevadas a cabo por soldados de “religión y moral cristiana”. La misma religión y moral que seguramente profesaban los latifundistas que menciona Lara en su “Crónica de la Araucanía” (1889).
[S]e dejaron caer algunos agricultores... civilizados, a casa de un cacique a hacerse justicia por sí mismos, y después de violar bárbaramente a las mujeres de aquél, las asesinaron con todo salvajismo junto con sus hijos. Pero no satisfechos con tanta impunidad dejaron ensartados en estacas los cadáveres de las mujeres, introduciéndoles un madero por la parte posterior (Lara citado por Jara, 1956).
Podría concluir el punto aquí diciendo ¡amen!, pero vale la pena ir más lejos. Quizá la ausencia de juicio crítico en Villalobos, se ampara en la ideología de la supremacía del hombre sobre la mujer, tan difundida por los ritos cristianos, que pregonan la obediencia de la mujer al hombre. Ese mismo machismo en Villalobos es el que lo hace fiero crítico de la homosexualidad mapuche, expresada con toda seguridad –y sin que de nombre– en los machi. Pero no ve la viga en el “ojo moderno” de su propia comunidad cultural, que hasta ha tenido –sin mencionar nombres para no ofender a nadie– presidentes homosexuales. O nos hemos olvidado del debate político de “alto nivel” de los años previos al golpe militar de 1973, cuando diarios de izquierda se reían de sus oponentes de derecha, usando la figura de un ex presidente con el calificativo de: “la señora”.
Pero me parece de mal gusto una discusión de ese tema, dándole al homosexualismo –biológico o sicológico– una connotación negativa y no reconociéndolo como una manifestación más de la conducta sexual humana, presente en todas las culturas así no sean “superiores” o “inferiores”. Me pregunto, ¿es qué Villalobos cree que es un pecado ser homosexual? Creo que el tiempo cuando a los locos, personas con problemas, o personas con “conductas desviadas” eran expulsadas de sus comunidades, y obligados a vagar por los bosques circundantes a los dominios de las culturas “superiores” europeas, ¡paso! Estamos en el 2000 y los homosexuales, como otras minorías, tienen derecho a una vida normal y sin persecuciones(10). Por lo menos, las legislaciones de los países supuestamente de cultura “superior” (Estados Unidos y países europeos), con la excepción de Chile, así lo muestran.
Pero volvamos al mestizaje a través de una pregunta, ¿es importante la pureza racial para sostener una demanda nacionalitaria? Tengo la impresión de que pedir pureza racial a los “descendientes de araucanos” para avalar sus demandas es un anacronismo. Y, cuando no, un artificio para decir ¡no!, no te corresponde pedirme nada porque tú no eres quien dices ser, sino lo que yo creo o digo que tú eres. La negación del otro es un fenómeno difundido por la colonización y los colonizadores desde que comenzó la aventura colonial.
Así como Robinson Crusoe llamó “Viernes” al “salvaje” que encontró en “su” isla perdida en el Pacífico (Savarín, 1976), Villalobos llama –eufemísticamente– “araucanos” a los mapuche, robándoles su identidad o apropiándose del derecho que tiene cada colectividad-cultura humana de denominarse a sí mismo como estime pertinente. No es el punto discutir desde cuando los mapuche se llaman así mismo mapuche (esa es una discusión irreverente al interior de la sociedad mapuche), porque si no tuvieron un nombre antes o lo desconocemos se lo deben a la historia de colonización que trastocó la suya propia. El punto es que hoy tienen una identidad, se reconocen como mapuche (me incluyo), y se lo deben en parte a las propias relaciones de colonialismo interno en que viven en Chile.
1.5. Las nociones del bien y el mal, la justicia en lugar de la venganza, la monogamia y la condena de la homosexualidad se abrieron paso entre los mapuche gracias a la religión y la moral cristiana.
La religión y moral cristiana aparecen altamente valoradas por Villalobos, quien les da el estatus de cultura superior por excelencia. Por ello, en Villalobos no hay crítica a la “religión y la moral cristiana” que fue y ha sido parte de la conquista y la colonización. Ello impulsa a Villalobos a emitir juicios moralistas condenatorios de doble estándar, donde todo lo malo es sinónimo de “indio” y todo lo bueno sinónimo de “religión y moral cristiana”.
En la lectura bipolar del pasado por Villalobos –seguramente científica y objetiva también– el mapuche y su cultura son diabolizados, y es la “religión y moral cristiana” quien los exorciza influyendo en su adopción de conceptos como bien y mal, justicia sobre venganza, monogamia sobre poligamia, y heterosexualidad sobre homosexualidad. Aunque Villalobos no lo dice, está implícito su rechazo de la religiosidad mapuche, la cual seguramente no pasa el estatus de supersticiones para éste autor.
No obstante, Villalobos olvida algo fundamental en su argumento, y esto es que todas las religiones –independientes de sí animistas o abstractas y de que algunos crean que son el opio del pueblo–, han ofrecido a los pueblos y sus culturas una concepción del bien y el mal. Sigmund Freud –reconocido ateo– en su “The future of an illusion” (1927) menciona que las restricciones moralistas como las prohibiciones de practicar el incesto y el no matar, vienen ya desde las religiones que él llama totémicas. Aunque Freud muestra vacilaciones en torno a sí aplicar o no el concepto religión a las manifestaciones totémicas, no vacila al emitir el juicio de que allí ya estaban presentes los fundamentos de la moral de los grupos.
Por lo demás, toda vida en grupo o sociedad por si misma involucra acuerdos de convivencia o normas (Davidson, 1992). El hombre solitario –lobo estepario– si existió en la historia humana, dejó paso muy luego a la colectividad humana. Y colectividad es sinónimo de reglas, de moral. La religión mapuche –y no soy un conocedor profundo del tema– proporcionó a los mapuche y su sociedad –fragmentada o no– una moral. En otras palabras, un estándar del bien y del mal, de justicia e injusticia, que para el caso es conocido como el “admapu”.
Por ello, sostener que la vendeta era la norma al interior de la sociedad mapuche, y que los “caciques” se peleaban unos con otros, es caricaturizar la vida de la sociedad mapuche. Si es por eso y en atención a los conflictos entre chilenos durante el período de anarquía (1823-1830), los intentos de golpe antes y durante el gobierno de Manuel Montt (1851 principalmente), la guerra civil de 1891, la dictadura de Ibáñez y la inestabilidad de los 1930s, el derrocamiento de Allende (1973), etc., por nombrar sólo algunos ejemplos, podrían ser interpretados como vendetas de “caciques” chilenos. ¿Es que la religión y moral cristiana no han servido para imponer hábitos políticos “civilizados” en los chilenos?
La verdad es que parece que no puede ser de otro modo, dado que la raíz de la acción política de moral cristiana “superior” funciona así. El 22 de julio de 1209 el Papa Inocencio atacó a los Albigenses del sur de Francia acusándolos de herejes, porque éstos declararon que la interpretación judía de algunas partes de las sagradas escrituras era más exacta que la Papal (y estoy dejando fuera de este artículo la “inquisición”). El Vaticano entendió la crítica como un desafío a la autoridad del Papa y 20 mil personas pagaron con su vida la primera cruzada por la fe. Lo más interesante de la historia es que cuando se le preguntó al Papa como distinguirían a los verdaderos cristianos de los heréticos, éste respondió: “denles a todos, Dios reconocerá a los suyos” (Hannaford, 1996).
Esa moral cristiana, que difiere de la moral de los cristianos antes de que el cristianismo se volviera “religión de Estado”, es la que después no se hará grandes problemas para avalar la esclavización no sólo en América, sino en el mundo entero. Que algunos mapuche hayan participado del comercio de esclavos ayudando a reducir a otros mapuche, si bien me parece condenable, lo es más el sistema colonial y sus estándares de valores que permitieron e incitaron a éstos a tales prácticas (que Villalobos no condena).
Ignoro que operó en la cabecita de cada uno de esos mapuche que se prestó para esclavizar a personas de su propio grupo de pertenencia (en África y otros lugares pasó igual), pero sí sé que la necesidad de esclavizar fue creada por el sistema colonial y la moral cristiana “superior” que difunde Villalobos. Los que se beneficiaron de la esclavitud no fueron los mapuche colaboradores, sino los colonizadores. El acto de la captura y comercialización de un esclavo es sólo un instante en el proceso de esclavizar, la mayor parte de ese proceso es la degradación humana que la explotación de una persona por un esclavista conlleva(11). Los esclavistas por excelencia fueron los colonizadores de “moral cristiana superior”.
Termino el desarrollo del punto diciendo que la poligamia no me parece una institución social para escandalizarse. El concepto de familia es diferente para cada sociedad, y ello no involucra “superioridad” o “inferioridad” de una idea de familia sobre otras. La familia mapuche polígama era una familia estable, porque la poligamia era la norma (legalidad) en el mundo mapuche, y la practicaban quienes podían mantener una familia numerosa. Por ello, los mapuche no tenían necesidad de actuar como el “padre Gatica, que predica pero no práctica”.
Los españoles que llegaron a Chile y sus descendientes luego (no todos por supuesto), van a la iglesia donde realizan los rituales cristianos o leen las enseñanzas morales cristianas en su libro sagrado. No obstante los colonizadores de ayer y de hoy no se hacen problemas a la hora de tener “amantes” (no todos desde luego), especialmente aquellos que se sienten con un poco de poder. Antes los colonizadores violaban a las mujeres indígenas sin animadversión, tras la idea de que “se hace más servicio a Dios haciendo mestizos que el pecado que en ello se hace” (el conquistador Francisco de Aguirre, citado en Albizú, 1994), y hoy lo disimulan en “citas secretas”. Quizá por ello la moral cristiana de los chilenos (no todos) no ha impedido la proliferación de moteles para parejas en Santiago, donde los visitantes menos asiduos –imagino– son “matrimonios monogámicos” (los machos chilenos no sacan a mucho a sus esposas, porque las prefieren ver en casa como cantaban “Los Prisioneros” en los 1980s).
Pero allá ellos, lo que importa aquí es que el concepto de familia también cambia así como cambia la sociedad. En Estados Unidos, por ejemplo –no tengo un estudio sobre Chile al cual echar mano–, más de un tercio de las familias están compuestas por un adulto y sus hijos: por lo común la madre y su prole (Moynihan, 1986)(12). Y la tendencia es que esa figura aumente. ¿No son familia?, para los estándares estadounidenses lo son, y como esos estándares corresponden al de la cultura “superior” del momento, se irán imponiendo en todas partes, incluso en la “superior” cultura europea-chilena.
1.6. Perdieron gran parte de sus tierras mal aprovechadas a ojos modernos; pero también pudieron incorporarse a la producción agrícola y ganadera de mercado.
Finalmente, Villalobos argumenta a favor de la expoliación del territorio de los mapuche señalando que una importante parte de sus tierras estaban subempleadas a “ojos modernos”. También menciona que los mapuche habrían ganado con ese acto de rapiña chileno al “incorporarse” –en realidad ser incorporados– “a la producción agrícola y ganadera de mercado”. Sin embargo los “ojos modernos” de Villalobos le impiden ver que la historia de la terratenencia chilena no es una historia de “progreso” ciertamente.
La historia de la terratenencia en Chile ha sido denunciada permanentemente como la historia de un descalabro y de relaciones sociales y económicas cavernarias. En esa historia el bien tierra ha sido por excelencia subempleada y ha contribuido más a alimentar delirios aristocráticos en algunos chilenos, que aportado al desarrollo económico del país (Silva, 1993; Blakemore, 1993; Colling & Lear1996; Collier & Sater, 1997)(13). Al menos así parece haber sido hasta los 1960s y la reforma agraria, con su nuevo reordenamiento en la posesión de la tierra, y de la que se valió la economía de mercado para la introducción de explotaciones agrícolas modernas en la zona central de Chile. La modernidad agrícola chilena no ha sido nunca resultado de la invención propia, sino de misiones, tecnologías y capitales provenientes de culturas “superiores”, de donde los mapuche no han aprendido mucho de sus “maestros”.
La supuesta inserción mapuche en la economía chilena –muy discutible como argumento y como tesis– no se ha hecho por el camino de la actividad agrícola, sino por la diáspora mapuche a las ciudades chilenas, y a los empleos peor rentados. Los que se han quedado, los campesinos, practican una economía de subsistencia (Stuchlík, Sistema. 1970; Stuchlík, Rasgos. 1974), con una relación funcional con el latifundio en su momento y que hoy está en crisis frente a las plantaciones de pino. Esas plantaciones abarcan mayores extensiones que los latifundios de antaño, y no proporcionan trabajo sino desplazamiento. ¿Cómo se explica Villalobos la existencia de más de 400 mil mapuche en Santiago?
2. Conclusión.
El sociólogo Danilo Salcedo ha hecho una buena defensa del pueblo mapuche, en su réplica del nacionalismo-asimilacionista agresivo de Villalobos. Como mapuche no puedo sino agradecer la existencia de chilenos como Salcedo, quienes no sólo hoy sino en todos los tiempos han ayudado al pueblo mapuche. Gracias a intervenciones como la de Salcedo en todas las épocas, la colonización agresiva tanto como el nacionalismo-asimilacionista agresivo, han sido atados de mano y no han podido ir más lejos en su brutalidad y alucinaciones de grandeza (el genocidio o el etnocidio total).
No obstante, la posición de Danilo Salcedo también requiere sacudirse definitivamente del nacionalismo dominador, que brota de lo profundo del subconsciente de los chilenos. Cuando Salcedo dice: “deuda que reconocemos los chilenos que defendemos la posición de que todas nuestras etnias o pueblos originarios deben ser respetados”, también deja ver –aunque con respetables intenciones– el discurso del colonizador.
En rigor la nación mapuche no es “nuestra” en el sentido de pertenencia a los chilenos. La nación mapuche pertenece a sí misma y se encuentra oprimida y colonizada al interior de Chile. De ésto los amigos del pueblo mapuche deben tomar clara conciencia, para transformar su solidaridad en una ayuda cierta al proceso de liberación nacional de un pueblo oprimido y colonizado. Proceso que parece estar tomando la forma de una demanda por autonomía o autodeterminación interna en el caso mapuche.
En esa lucha, que hoy se insinúa en las movilizaciones de Lumako y de Alto Biobío, los mapuche requieren de todo el apoyo de chilenos como Salcedo, pero no de intervenciones paternalistas. Si el paternalismo ocurre, los chilenos progresistas e indigenistas no habrían renunciado a oprimir y colonizar a los mapuche, y sólo responderían a un nacionalismo integracionista dócil, que al final es igualmente etnocida.
Finalmente, creo que el artículo de Villalobos no le ha hecho un gran favor a la reputación del intelecto y a la intelectualidad chilena. Su descripción y explicación fantasiosa, racista y poco científica de un tema universalmente reconocido como fundamental en nuestro mundo contemporáneo, como bumerang se vuelve contra él. No ha sido la nación mapuche más dañada con el comentario de Villalobos, de lo que él mismo comienza a experimentar a partir de su artículo. Ya un premio nacional de ciencias chileno ha denunciando el uso de la historia para denigrar al “otro”, y ha llamado a “detener el saqueo iniciado con la pacificación de la Araucanía” (Igor Saavedra en Diario el Sur en Internet, 06/04/00). Creo que inevitablemente más pronunciamientos como esos se seguirán produciendo, y los mapuche ganarán más amigos y mayor reconocimiento
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