Sin misterio, la vida no vale la pena vivirla. Sin misterio, no hay poesía. Jorge Luis Borges escribió que “toda poesía es misteriosa; nadie sabe del todo lo que ha sido dado escribir. La triste mitología de nuestro tiempo habla de la subconciencia o, lo que es aún menos hermoso, de lo subconsciente; los griegos invocaban la musa, los hebreos al Espíritu Santo; el sentido es el mismo." El destino del lenguaje del hombre es incierto. El hombre es una criatura errante, su desobediencia dio origen al tiempo al que ahora está sujeto. ¿Qué medios tiene para que se atreva a tener la esperanza de redimirse, de liberarse del tiempo y abolirlo? El mismo que se ha tenido desde los tiempos remotos: la poesía, los ojos de Dios.
De la muerte de Ramón López Velarde a la fecha, han pasado 87 años y no es mucho literariamente hablando. Durante este tiempo los mexicanos no hemos variado gran cosa nuestra forma de sentir y de percibir lo sentido. Nuestro problema siguen siendo los sentimientos o el sentimentalismo. En esencia el ser mexicano es romántico y sensualista. Y no hay que esforzarse mucho para comprobar esta afirmación, tan solo hay que ir al repertorio musical con el que crecimos y de donde hemos extraído más de una experiencia sensitiva y si se quiere sensiblera. En los pasillos de nuestra memoria se escucha siempre el eco de la música romántica, de los tríos, de los baladistas que entonan letras de despecho, de rencor amado, puro romanticismo.
Si no fuere así, ¿cómo explicar el éxito de los teledramas que hacen llorar y sorprenden las sensibilidades populares?. ¿Cómo explicar el éxito de la literatura sensiblista en México? ¿Cómo explicar el éxito de Jaime Sabines, cuya poesía romántica y sensualista supera popularmente la poesía de otros poetas, digamos, “mejores” que el chiapaneco?.
Los mexicanos somos románticos hasta cuando no queremos ser románticos. Nuestro problema y el problema de la poesía mexicana son los sentimientos y su forma de expresarlos. Los mexicanos según un estudio de Lucy Reidl, directora de la Facultad de Psicología de la UNAM, padecemos con mayor intensidad dos síntomas de las patologías románticas: los celos y la envidia. El primero causado por la presencia de un rival que pone en peligro la relación, y la envidia por el hecho de compararse con otros y “percibirse a sí mismo como inferior, porque los demás tienen una serie de cosas que quisiéramos y no podemos tener”. Estas emociones, determinadas por el ámbito sociocultural, es la causa del 30% de los homicidios pasionales en México. Pero también, estas emociones y sus derivadas, son el origen de muchas canciones y de mucha literatura.
La poesía es todo eso que hablamos de nosotros mismos.La poesía, como creían los románticos del siglo XVIII y XIX, sigue siendo, aún hoy a pesar de tanta parafernalia posmodernista –de tanta inasimilabilidad, despiadada aspereza, estridente imaginería y dislocación– la esperanza de un retorno a la armonía primitiva. Una especie de salvación ante el horror ontológico de los filósofos. Un misterio en sí mismo.
Los sentimientos expresados en esas obras son los de sus creadores quienes exponen su insatisfacción con el mundo, su ansia de infinito, su búsqueda del absoluto, su amor apasionado, su deseo vehemente de libertad, sus estados de ánimo, sus mitologías personales. ¿Que otra cosa es la poesía ciento cincuenta años después? En síntesis: aspiración hacia la inmensidad y fuga hacia algún lugar aún desconocido; huída fuera de los límites... Es lo que en la novela de Karl Philip Moritz el personaje Antón Rieser llamó “los sufrimientos de la imaginación”: para escapar de un mundo hostil, el poeta decide sustituir la realidad por un universo personal o, en muchos casos, paralelo, pero necesariamente lleno de misterio.
Romanticismo.
En esencia: ¿qué es la poesía? Si no un puñado de sentimientos (los llamaremos aquí unidades poéticas constitutivas de valor neutro): impotencia, olvido, soledad, nostalgia, dolor, miedo, rencor, sordidez, muerte, miseria, angustia, amor-desamor, tiempo, alegría. Sentimientos que son, digamos, en lenguaje de la informática, el soporte, la base madre de la poesía, pero que se adaptan a los escalamientos formales; es decir, variaciones (o si se quiere actualizaciones) que ocurren de época en época y que recargan o actualizan de acuerdo al contexto histórico-cultural, los valores de percepción y estéticos de estas unidades por medio de nuevas reconexiones con otras líneas de significación más activas y vigentes. ¿Cuales pueden ser esas líneas de significación más activas? Los distintos estilos o corrientes en los que se inserta la obra literaria.
Esta inserción lleva a dar un valor positivo o negativo a estas unidades neutras pero cuyo valor intrínseco (es decir, si es nostalgia, va a seguir siendo nostalgia, así sea imaginista, constructivista o barroquialista), no es afectado en nada por las variaciones de detalle determinadas por el contexto o por circunstancias diversas. aunque esos enfoques hagan la ilusión de un estilo digamos particular.
Si nos arriesgamos, luego del planteamiento anterior estamos en condiciones de decir que la poesía –si la vemos así, como un universo cuyos componentes de valor neutro (sentimientos) invariables y permutables, son básicamente la unidad constitutiva del poema, para crear nuevos subconjuntos– es una transmutabilidad que permanece: una variabilidad en conexión, por medio del cual se busca crear otra u otras realidades.Ya sabemos que en la literatura los sentimientos por sí mismo no crean sensaciones de poesía.
Estas sensaciones se crean en razón de la destreza, del talento y de la afinación intuitiva que exista en el poeta para conectar distintas categorías sensitivas. Depende también de las más o menos vicisitudes de su experiencia estética y de la concretización de éstas en un objeto diferente.
La poesía lírica es una especialidad de la experiencia sensorial y los sentimientos son materia para constituir la experiencia estética.¿Por qué se dice que los sentimientos en la poesía son unidades de valor neutro? Porque en su estado primordial son parecidos a una monodia, una melodía en sí, que solo alcanza registros mayores (amplificación estética) en cuanto crece su complejidad asociativa, sus acompañamientos sensitivos, permitiendo nuevos discursos y nuevas realidades.
El transromanticismo
La poesía moderna mexicana comienza con Ramón López Velarde. “En Ramón López Velarde adquieren un sentido todas las tentativas poéticas mexicanas, cuya originalidad es difícil advertir por su indecisión”, Escribe Jorge Cuesta. O quizá por su conservadurismo. Velarde transfigura los componentes del romanticismo, reconexiona imágenes por sutil oposición y modifica la forma de percibir los símbolos vigentes.
Transgrede intencional y sistemáticamente la institución poética vigente y la norma gramatical misma de su tiempo, altera los ejes de combinación poéticos dados por semejanzas y desemejanzas y, crea asociaciones de imágenes procuradas por contigüidad o desviación de las líneas de significación. (Beristáin Helena, Análisis e interpretación del poema lírico, pp.30. UNAM 1989.
Sin embargo, pese a todo este lúcido artificio, su obra sigue oliendo a romanticismo, subyace por debajo de su estructura verbal prodigiosa el sentimentalismo fúnebre, la tristeza y depresión profunda, el sensualismo erótico y la angustia. Aunque baudelariano y todo, la obra de Velarde es puro romanticismo. No obstante, es un romanticismo metamorfoseado, descentrado, desequilibrado por medio de los cual crea una forma superior de romanticismo, el transromanticismo y un nueva forma de percibir el mundo: el neosensualismo.
Categorías que van a influir en la poesía mexicana de los siguientes cincuenta años. El transromanticismo supera al romanticismo por su capacidad de ocultación del sentido y la inclusión de esa convergencia entre lo textual y lo vital, y su integración en un horizonte de mayor amplitud significativa. Es una escritura que se refiere a sí misma en una auto-reflexión –y se convierte en protagonista del texto– que conduce a un ensimismamiento metapoético, lo que constituye la cualidad propia de la literatura del siglo XX, en la cual “la escritura absorbe (...) toda la identidad literaria”. Roland Barthes. Xavier Rubert de Ventós, coincide con esta afirmación, ya que considera al arte moderno como el esfuerzo por hacer predominar la “evocación”, sobre la “significación”, al grado de dejar al descubierto su carácter de artificio o ficción.
El transromanticismo es una categoría poética de convergencias que busca la intersección de los tiempos y la relación de los valores neutros del romanticismo con unidades sensitivas de otras categorías. Podemos decir que es una constante que enmascara las unidades poéticas de valor estético neutro del romanticismo porque solo así es posible su conectibilidad con los lugares de indeterminación y realización de la obra literaria.
Es una constante porque conduce por sí misma o en combinación con otros registros literarios, a la constitución de nuevas relaciones de sentido de los factores artísticamente inertes, para nuestro tiempo, del romanticismo. Se puede afirmar que es una variabilidad en conexión de la constante emocional de unidades poéticas neutras.
Cuando se menciona aquí el concepto de categoría para referirse al transromanticismo, lo que se pretende es capturar –poniendo el énfasis en el concepto de relación, de flecha, más que de elemento y pertenencia– la intuibilidad de una clase de unidades de valor poético neutro, que se relacionan mediante morfismos en la categoría en cuestión. “Es en términos de encadenamiento de probabilidades que la estructura de la poesía puede ser descrita e interpretada con el máximo rigor”. (Roman Jakobson. Closing statements: Linguistics and Poetics).
Cuando decimos que el transromanticismo es una categoría estamos diciendo que es una estructura intuible donde se encuadra la capacidad de hacer conexiones entre relaciones de dominio y codominio de unidades poéticamente neutras, como habitualmente se hace, para crear amplificaciones y derivaciones sensitivas desde una constante emocional como el romanticismo, permitiendo nuevos discursos y nuevas realidades.
Conservadurismo
La poesía no comienza nunca ni tampoco vuelve al punto de partida: es un perpetuo recomienzo y un continuo regreso. Transmutabilidad que permanece. La poesía mexicana ha sido siempre romántica, barroca y conservadora, quizá por esto último su aporte a los movimientos poéticos, fuera del país, es casi nulo por no decir inexistente. La poesía mexicana es una poesía romántica, sensualista, conservadora y de autoconsumo.
Hace muchos años Justo Sierra dijo una verdad, hasta la fecha siempre virgen, tal como son las grandes verdades. En el Prólogo a las poesías de Manuel Gutiérrez Nájera, escribió: “Es verdad, primero, que toda nuestra literatura poética desde 1830 es romántica [...] románticos hemos sido y seremos largo tiempo a pesar de las transformaciones que sufren las escuelas de nuestros maestros de ultramar.
No hemos logrado nunca hacer poesía puramente objetiva; en cada uno de nuestros versos vaciamos todo nuestro sentimiento, toda nuestra personalidad; no hemos hecho más que poesía subjetiva. Tarde han venido algunas tentativas heroicas, pudiéramos decir, dado nuestro temperamento, para salir del antiguo cause e impersonalizar la emoción, para hacer, en suma, un poco de realismo indiferente en verso”.
Del tiempo en que Justo Sierra escribió este texto, 1896, a la fecha, poco han cambiado las cosas: la poesía mexicana sigue siendo medularmente romántica (Sabines, Homero Aridjes, Huerta, Dolores Castro, Enriqueta Ochoa), sigue produciendo espléndidos ejemplares de poesía psicopatológica, como la llamó el mismo Sierra. Escasos son los ejemplares de la llamada poesía de la razón o de la especulación, y cuando se presentan “el lirismo espolvorea de oro las alas de esa mariposa negra”.
Pensemos en Muerte sin fin de José Gorostiza, o Canto a un dios mineral de Jorge Cuesta. La poesía mexicana moderna, si le hacemos caso a Octavio Paz, comienza, a partir de los románticos. “La empresa fue desmesurada –dice– porque, desde la palabra misma, cuando hablamos de romanticismo, estamos expresando una actitud ante la vida en la cual el yo es muy importante y al mismo tiempo se rompe con la tradición, con la estética del pasado, de los artistas barrocos o de los artistas clásicos del renacimiento”.
Para Paz la poesía mexicana –o al menos eso es lo que expresa– es una poesía de tradición rupturista y explica: “creemos que debemos romper con la tradición, comenzar algo absolutamente nuevo. Esta sucesión de rupturas y revoluciones empieza con los románticos y termina en nuestro siglo”, se refiere al siglo XX y a él mismo. Es grande la sabiduría de Octavio Paz y su aseveración parece contundente pero no es para estar de acuerdo.
La poesía mexicana más que rupturista ha sido de tradición romántica y conservadora, de tal manera que hasta la fecha en México no se ha generado ningún movimiento de ruptura o de vanguardia que haya repercutido o influido otras poéticas u otras literaturas, europeas o continentales.
A lo más que hemos llegado es a administrar la herencia transromántica comenzada con Ramón López Velarde, a la que hemos agregado algunos ingredientes desemejantes, casi todos préstamos o adaptaciones de poéticas más vibrantes. Ya Jorge Cuesta lo decía años antes al señalar que, lo que se ha dado en llamar poesía mexicana “no han sido más que buenas aplicaciones de literaturas extranjeras”.
Es más, afirma, “no es de extrañarse que en ningún mexicanismo de la literatura mexicana sea imposible encontrar la menor originalidad”. Por supuesto, cuando hace esta afirmación hay que tomar en cuenta el contexto ¿pero acaso hoy puede afirmarse lo contrario?La poesía mexicana es romántica por condición más que por tradición.
En nuestra poesía siguen presente y con mucha recurrencia las unidades poéticas de valor neutro del romanticismo y siguen determinando por sí misma o en conexión con otras categorías el sentido y el valor emotivo de la poesía mexicana. La constante emocional de nuestra poesía lírica, sus rasgos dominantes son: conservadora, fúnebre, melancólica, evocativa, oscura y sensualista.
En resumen, una poesía de las emociones que, sin embargo, en su acontecer, se esfuerza inútilmente por deshacerse de su sino romántico, de descentrarse. Esta voluntad de trasponer el romanticismo latente –porción esencial del ser del mexicano–, produjo, durante la primera mitad del siglo XX una variedad de romanticismo, digamos, más elaborado, más opalescente y más diestro, en suma, más moderno.
Un romanticismo transromántico que en la poesía lírica se revela como una escritura de la suplantación, de la descentralidad estructural, hiperbólica, Inter y trans-textual pero cerrada sobre sí misma, retórica y últimamente barroquialista.
Sensualismo ultra chic
El sensualismo ultrachic es embriaguez de artificios, de espectáculo, y de creación singular, responden a una sociedad en la que los valores culturales primordiales son el placer y la libertad individuales. Poéticamente institucionaliza el eclecticismo como método y muestra el rostro teatralizado y estético de una creación que se complace en jugar con lo efímero, brillar sin complejos en el éxtasis de las cosas vacías, de la propia imagen inventada y renovada a gusto.
El sensualismo ultrachic corresponde a una sociedad donde la complejidad se minimaliza, la artificialidad juega al primitivismo, lo estudiado no debe parecer rebuscado, lo pulcro ha cedido su lugar al pauperismo andrajoso. No se busca ser, sino seducir, aparentar. Consagra la extrema importancia de la imagen, y juega a la provocación, el exceso y la excentricidad para desagradar, sorprender o impactar.
La poesía sensualismo ultrachic desarrolla sus temas en un ambiente frívolo, nominalista, minialista, reduccionista, nadista, alejados de cualquier sufrimiento. Celebra placeres, nada en la imaginería erótica y se extasía en la apariencia sensible de los objetos. Recurre como fondo a la naturaleza, al ecologismo, a paisajes del absurdo. Legitima el regreso ecléctico al mundo gótico, renacentista y barroco-rococó.
El sensualismo ultrachic es la reformulación retro de la doctrina sensualista expuesta por los filósofos empiristas-fenomenistas del siglo XVIII, a través de la cual se enunciaba que toda idea responde a alguna impresión recibida por nuestros sentidos. Esta especulación da lugar, en la literatura, al inicio de una corriente intuicionista que pone en el centro de la búsqueda poética las equivalencias sensibles de las cosas.
La cosa, No es una "cosa", es solamente un fenómeno, un suceso que captan los sentidos, una pura apariencia. Recuerdo el poema Celebración de las cosas de Julio Trujillo (ciudad de México 1969). Que ilustra perfectamente bien lo que acabamos de exponer:
Dispuestas en la mesa las cosas se enarbolan,/la mesa se enarbola con las cosas./ En un segundo espléndido/ se colma el lomo de ávidos emblemas/ buscando el ojo que las cifre/ y los detenga [...] Todo es lo que los ojos manifiestan,/ y todo lo demás desaparece.
Con el sensualismo se inaugura ese lenguaje de la evidencia que sólo muestra, nomina lo impalpable que queda impreso en la memoria para siempre. Es refinada enarbolación sensual de los objetos.
Representa los “placeres de la metamorfosis en la espiral de la personalidad caprichosa, en los juegos barrocos de la superdiferenciación individualista y en el espectáculo artificialista de uno mismo ofrecido a la mirada del Otro”. (Gilles Lipovetsky, El Imperio de lo Efímero)La poesía lírica mexicana de las última promociones no es ajena a esta condición del lenguaje de la evidencia.
Al estudiar la escritura de los poetas de los últimos 15 años se puede encontrar sin dificultad alguna las características propias del sensualismo ultrachic antes descritas. Es una literatura donde predomina el nominalismo, el exteriorismo, el erotismo exasperado, el nadismo, el humorismo, ajena al sufrimiento, pero proclive a la gratuidad de la violencia.
Es poesía de retorismos, de belleza ficticia y también de brillo falso o engañoso. Todo un síntoma de los tiempos en que vivimos donde lo importante es brillar, no ser brillante, y parecer mucho, antes que ser. Es una literatura de prendas fluidas como las creaciones de Valentino, de transrománticos que hacen firmamentos de encaje en los que brillan estampados lingüísticos heterogéneos y diseños que celebran el fastidio de la sobreabundancia de los objetos; sobreabundancia de lo inútil.
Puro glamour lingüístico intransitorio sobre soportes poéticos gastados. Elegante frivolidad que recuerda ese mundo lingüístico del rococó.Es imposible por la brevedad del espacio concedido, abordar paso por paso la comprobación de cada una de los planteamientos aquí expresados porque corresponden a un texto de mayor amplitud y de reflexiones aún en proceso.
Sin embargo, como conclusión de estas notas podemos inferir que la poesía mexicana es transromántica en su incesante zigzaguear por cuantos estilos poéticos explora. Recordemos lo que decía Cuesta: la “poesía mexicana (que es romántica de origen) no ha sido más que buenas aplicaciones de literaturas extranjeras”.
La poesía mexicana es transromántica desde el exteriorismo del arroyo estridentista de Maples Arce, futurista, conceptista, modernista, barroco-coloquialista, minialista, sensualista ultrachic, en fin. En cada uno de estos estilos nuestros poetas han vaciado todo su sentimiento, toda su personalidad; todo ese sensualismo, toda esa bipolaridad que caracteriza al mexicano. En México no se ha hecho más que transrománticismo con sus gradaciones de calor y color.
1 comentario:
Excelente ensayo, tiene un pantemaiento muy original. Felicidades por publicarlo.
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